“¿Existe algo más inconstante que el amor?”, se pregunta el poeta Alain Atouba y la sola pregunta permanece y reverbera. Son las preguntas hondas que estructuran la poesía. Preguntas que no exigen respuesta, sino que conllevan en sí mismas, el gran interrogante de la vida. La poesía misma es pregunta. Umbral de palabras a través del cual vislumbramos otro lado sin dejar de pisar nuestra existencia más terrena. Ahora bien, cuando la poesía corre el velo y presenta la pregunta y además esa pregunta trata sobre el amor, nos encontramos en una encrucijada de la que seguramente no podremos esquivar el certero golpe (estético, claro) de la belleza.
A lo largo de cincuenta poemas, generalmente breves, Alain Atouba, presenta al lector un itinerario dichoso/doloroso del amor. Estamos frente a uno de los grandes temas de la poesía como lo son también la muerte o el viaje. Lejos de caer en lugares comunes, el poeta nos lleva por una historia de amor donde lo íntimo se vuelve universal. El estilo de Alain Atouba es un estilo sencillo, se aparta de los barroquismos y del estilo empalagoso que suele aparecer en las temáticas de eros. Por el contrario, Fuego lento, posee la sencillez de un río de aguas profundas. Perceptible y llano en su manifestación externa, pero hondo y profundo cuando comenzamos a masticar las palabras con mayor detenimiento. La palabra poética fluye como un río como bien lo expresa el poema 15:
Yo vengo de la tierra del amor, África,
donde todo es colores de fiesta,
donde todo es belleza y paz.
Yo soy hijo de la otra orilla, África,
cuya onda refleja tu cara
en las paredes de la serenidad.
Yo vengo de la otra noche, África,
donde brillan las estrellas sin fin,
donde la vida fluye como un río;
Amiga, ven a bañarte conmigo
en las aguas de la tierra del amor, África.
Este fluir de la palabra tiene además características distintivas como el paisaje africano y la situación diaspórica. En ninguno de los casos, Alain Atouba cae en la trampa del exotismo o de lo panfletario. África surge, cuando tiene que surgir, de manera entrañable y con fuerza y dichosamente el texto se aparta de los típicos exotismos al estilo romántico. “La otra orilla”, presenta de manera sutil la complejidad de la diáspora africana. Fuego lento, en su materialización poética, es de algún modo, umbral entre esas dos orillas. En definitiva, la poesía es siempre umbral: umbral entre el lector y el escritor; entre este mundo y un mundo otro; entre una interioridad que escribe y otra interioridad que lee; entre el silencio y la palabra; etc.
Con el hombre que viaja, migra, se exila, viaja también la palabra. Esa palabra en situación de diáspora es la que se va apropiando de paisajes y experiencias. Palabra descarnada, palabra silenciada, porque los silencios también gritan su lugar en el poema. Palabra, de tal modo arraigada a la realidad, que la palabra poética puede pasar de un idioma a otro. Fluye. Porque lo que fluye en el río del lenguaje, va mucho más allá de los signos o códigos lingüísticos a descifrar. Hablo de la poesía como agua, agua vital y primordial que tiene que ver con nuestra común sed de infinito.
“…melancolía de un edén perdido” dice el poema 25. La palabra “melancolía” se utiliza también en el poema 46 donde aparece el sintagma nominal del libro: “…se ha instalado la melancolía/ a fuego lento…”. Esta melancolía que los poetas utilizamos a nuestro gusto (porque la melancolía es una patología severa en medicina) es la melancolía heredada de la nostalgia, de la pérdida. Aquella que nos conecta con lo mejor del movimiento romántico decimonónico. La sed, aparece ante la carencia. Entonces, el amor perdido, el amor muerto o no correspondido, deja a los amantes en plena intemperie. Es en la intemperie donde la palabra poética hunde sus raíces. Todo paraíso, todo edén, siempre, es perdido. Por eso, la poesía completa esa fisura, sella la hendidura que existe entre una orilla y otra. Y si bien es sencilla la expresión poética de la sed (quiero decir que está alejada de los excesos de cierto barroquismo), no por eso deja de ser lírica y potente como lo expresan por ejemplo estos tres versos:
Por mi piel flota el perfume
sabor a flor y a barro
que dejaron tus besos.
La lectura de Fuego lento nos introduce en la travesía de los amantes. Travesía que concluye con la pérdida del amor y un estado de intemperie en búsqueda continua:
Corazón mío,
ahógate sin miedo
ahógate en silencio.
El sueño de la felicidad
se ha hundido en un abismo.
Corazón mío,
ahógate sin suplicar
ahógate sin bajar
tu frente altiva;
bien sabes que
amores nuevos
olvidan a viejos.
De algún modo, para decirlo “machadianamente”: se hace camino al andar, o si se quiere, se hace camino al amar. Porque en definitiva lo importante son los momentos vividos:
Oh, mi amor
ha llegado la hora de la despedida
sé que mi ausencia abrirá en ti una herida
pero he de irme:
alégrate por los años
de amor que compartimos…
La pérdida del amor no solo hace aparecer la sed (la sed metafísica) sino que pone de manifiesto la muerte, que tarde o temprano acontecerá:
Oh, mi amor
he aquí la muerte acercándose,
arrogante y despiadada;
está amenazando con su guadaña
para quitarme a tu ternura;
ya oscurece el camino,
la noche que desciende del cielo
pronto va a cubrirme
con su pesada capa de silencio y de plomo…
Entonces, este adelanto de la finitud, este acecho constante de la muerte puede ser también clave del título. Fuego lento, pudiera ser también, ese cuerpo que incuba lentamente y sin pausa el destino común de todo ser humano. Toda travesía tiene un punto de llegada. Elegir la poesía como barca, como modo de transitar el laberinto de los amantes, es un verdadero acierto que Alain Atouba logra con hondura y precisión.
Leandro Calle
Córdoba (Argentina) enero de 2022.